La realidad de fuera
exige a veces un baile que pretende,
que nos retuerce levantando las piernas,
mirando ausentes sin esfuerzo;
otras veces nos obliga a mirar al cielo,
beatificar el gesto y acercar las manos.
Y ahí el vacío es intenso;
lo extraordinario nunca es eso.
Aún así, todos lo hacemos;
y aplaudimos.
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