Veo el banquillo de una liga
en la que ya no jugamos,
queda la capucha, el nombre
y poco más,
el calzado está por el suelo;
y hace tiempo que todo sobra,
no hay susurros ni confidencias,
todo permanece en el mismo lugar
y está bien,
aquí no tanto;
las victorias ya no son nuestras,
los fracasos tampoco
y el deseo de ser invisibles
no tiene el pelo igual de blanco
ni la mirada tranquila,
aún no;
estamos dentro y fuera a la vez,
en la misma silla de un último baile
y la sala vacía,
por momentos desolada y otros libre.
Y David Lynch ha muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario